miércoles, 16 de diciembre de 2009

ESMALTES I

He tenido ocasión de leer recientemente en los anales de la Real academia de heráldica un artículo firmado por don Carlos López-Fanjul y de Argüelles, que es académico correspondiente de esta Real de heráldica. El título del artículo es el siguiente: Sinople y sable: Diálogo entre las heráldicas auténtica y literaria en la Asturias de los siglos XV y XVI.De entre las muchas y sensatas ideas que se exponen en este artículo se propondrán tres en varias entradas. Hoy se desea llamar su atención improbable lector, sobre la figura de un oficio que revela la forma de pensar de una época. Don Carlos López-Fanjul expone documentalmente en su artículo que en la Asturias del siglo XV existía el oficio de pintor de escudos.Este oficio indica realmente que las piedras armeras que hoy adornan, no sólo los palacios de Asturias, sino los de toda nuestra geografía nacional, en su momento expusieron sus correspondientes colores propios.La heráldica, tan fundamentada en el color, adquiere con este simple caso de la existencia de un oficio denominado pintor de escudos, un pasado que no se corresponde con la sobriedad y monocromía de unas edades Media y Moderna que hoy admiramos en las labras armeras de toda España sin color.Se ha expuesto hasta la saciedad en infinidad de artículos, la mentalidad de la sociedad medieval contemporánea del nacimiento y del apogeo del sistema emblemático que hoy denominamos heráldica. Efectivamente, nuestros antepasados que vivieron en la Edad Media mostraban sus estados de ánimo de una forma tan exagerada que hoy ese comportamiento nos resultaría infantil: recurriendo a vestir con colores, estridentes las más de las veces; o no ocultando el llanto por el fallecimiento de los seres queridos, sino exagerándolo.Así, casa con dificultad la mentalidad que hoy consideramos pueril de esa Edad Media tan viva, tan llena de color, con la monocromía de las piedras armeras que jalonan lo ancho y largo de estos reinos que hoy son España. No solo las representaciones armeras, sino la sobriedad que hoy admiramos en el interior de las iglesias que se han conservado de la época medieval, no hace justicia a una sociedad plena de colorido.Basta recordar el caso de la santa capilla de París que aún conserva sus originales colores, o el pórtico de la gloria de Santiago, o el sepulcro del canciller Villaespesa de Tudela, para intuir que la Edad Media no debe considerarse gris, sino plena de color.

De esta forma, la existencia de ese oficio de pintor de escudos viene a poner en solfa la concepción que en buena medida mantenemos sobre las labras heráldicas que adornan las casas solariegas de todos estos reinos que hoy son España. Así los colores, que definen la esencia misma del sistema emblemático heráldico, salen de nuevo a la luz, al menos en el intelecto, imaginando esos escudos solariegos ostentando orgullosos el resplandor de sus esmaltes.