lunes, 31 de mayo de 2010

OPINIÓN

La heráldica mantiene, a cuenta de su lenguaje propio, un cierto tono de arcano, de ciencia no revelada, de oscurantismo, de misterio, de gnosticismo, de esoterismo.Me preguntaba en una ocasión un buen amigo, compañero de armas, don Bernardo Rodríguez López, conde de Granada la Bella, en el reino del Maestrazgo, disfrutando ambos de la, un tanto arisca, hospitalidad afgana por qué la heráldica utilizaba esas extrañas palabras para referirse a algo tan simple como son los colores. Le había confiado un artículo con muchas pretensiones y realmente poca ciencia, persuadido de su, como siempre, buen criterio.Me remonté al origen y le expuse el significado de la palabra blasonar, la utilidad de usar un método común, una lengua franca, un idioma universal conocido solo por los heraldistas que transformaba en fácil, que ya es mucho pretender, la descripción de los elementos que se disponían sobre un escudo. Después de tan presuntuosa disertación me inquirió cómo se denominaba esa lengua que usábamos, instándome a que le describiera un escudo en… -¿cómo has dicho que la llamáis…lengua blasona?-Y es que al igual que las distintas áreas del conocimiento científico utilizan su propio lenguaje, valga como ejemplo la medicina, las ramas del saber que denominamos comúnmente como artísticas usan asimismo sus propios términos específicos.La pintura, faceta del arte por excelencia, emplea vocablos propios como escorzo, punto de fuga… El cine, la última opción en incorporarse al elenco de las artes, gasta expresiones como plaqueta, angular y otros muchos.De igual forma la heráldica, que es un arte, aunque pretendamos su desarrollo a través de un método científico, utiliza su lenguaje propio.Lenguaje propio, la lengua blasona de la que me hablaba mi compañero de armas en Afganistán, que mantiene un tono evidentemente rancio, evocando los muchos siglos de vigencia de su actividad.Lenguaje propio copiado en gran medida de un francés arcaico toda vez que el área geográfica de nacimiento y sobre todo de máximo apogeo en el momento en que se crearon estos términos se enmarcaba, como sabe improbable lector, en la mitad septentrional del reino de Francia y en la Albión meridional. Albión donde, huelga decirlo, los máximos exponentes de la sociedad de entonces, los nobles, se comunicaban recurriendo a la lengua de los francos, su propio idioma, como fieles descendientes de los invasores normandos.Lenguaje propio en fin el que utiliza la heráldica que debe mantenerse, y defenderse, por su rigor, por su exactitud, por su precisión y que, a pesar de su longevidad, mantiene una permeabilización, una apertura a nuevos vocablos, admirable.Y es que he tenido noticia reciente, a pesar de su antigüedad, de un asunto relativo a la actualización de la lengua blasona. Me refiero al convenio que se alcanzó en la capital del que fuera reino luso, en 1986, durante uno de los congresos bienales de carácter internacional que reúnen a los grandes de la heráldica, en el que se acordó la recomendación de añadir, tras el nombre propio del esmalte blasonado, el mismo en lengua vulgar, entre paréntesis.Si doctores tiene la Iglesia, heraldistas acreditados por sus excelentes trabajos tiene la ciencia heroica. No obstante, mi criterio, quizá el menos válido, es discrepante. No me imagino a un doctor en medicina escribiendo en un informe pericial: El paciente presenta cefalea aguda (le duele la cabeza), acompañado de osteoporosis (tiene los huesos agujereados), con sucesión de broncoespasmos (tose mucho).De igual forma, para concluir, no quisiera ver un escudo blasonado con paréntesis que identificaran sus particiones, figuras y colores para ser interpretados por aquellos que ignoran estos conocimientos. Mal camino recorrerá la ciencia heroica si renuncia a sus orígenes, y al rigor y a la precisión de su vocabulario propio.