martes, 15 de febrero de 2011

EL GATO CON BOTAS

Ha pasado a la historia como el creador de los cuentos infantiles más universales. ¿Quién no conoce la historia de Caperucita roja, La bella durmiente, Pulgarcito, Cenicienta o El gato con botas? Todas estas narraciones infantiles son el fruto de los ratos de ocio, consecuencia de la acomodada vida de alto funcionario civil, durante el reinado de Luis XIV de Francia, de Charles Perrault.
Vástago de una adinerada familia burguesa, nació en París en 1628, junto a su gemelo François. Su educación fue brillante lo que condujo, sin desmerecer su esfuerzo, a que alcanzara elevados puestos públicos y el reconocimiento de su valía al ser elegido miembro de la Academia francesa.
Evidentemente sabio, supo congraciarse con los poderosos del momento, evitando enemistades, en una época de gran descontento social en el vecino reino de Francia.
Vocacionalmente estudioso, su vida transcurrió entre libros y pronto empezó a publicarlos él mismo.
En sus cuentos, según la costumbre de la época, el desenlace es beneficioso para el orden moral pudiendo entreverse una moraleja referida al contenido.
Hoy deseo llamar brevemente su perspicaz atención, improbable lector, sobre una de sus más famosas historietas, El gato con botas, que para alcanzar el necesario final feliz recurre a argucias tales como el acceso a un título nobiliario, el de marqués de Carabás, a través de falso testimonio al rey; el soborno, acompañado de amenazas, a campesinos; y el engaño social.
Dudoso ejemplo de moraleja, pero moraleja al fin y al cabo.
Aunque el argumento de este cuento en su momento debió de ser, sin duda, considerado edificante para la moralidad, de publicarse hoy, convendrá conmigo improbable lector, sería denunciado por muchos como execrable ejemplo de arribismo nobiliarista y se solicitaría el secuestro de la edición.
Es más, la moralidad que propone el argumento reside en manifestar como loable el acceso a la nobleza titulada a través de la mentira. Engaño elogiable que justificaría consecuentemente, al amparo de la moraleja que sugiere el cuento, cualquiera de las artes que siguen:
la falsedad en el documento público de concesión de un título nobiliario, aunque sea antiguo;
la elaboración de un adulterado árbol genealógico, en el que la homonímia de un verdadero titulado, permita rehabilitar una añeja merced nobiliaria sin existir enlace agnado de parentesco;
el uso de distinciones nobiliarias extranjeras, de reinos vigentes o extintos, sin el necesario consentimiento ministerial;
o la rehabilitación de, por ejemplo un vizcondado, que realmente se concediera como previo a la definitiva creación del verdadero título nobiliario.
Concluyo el silogismo: Estas prácticas, al amparo de un cuento que ha sido considerado universalmente como ejemplar, como moralizante, resultan laudables y justificadas. Cualquier día me subo al carro y las pongo en práctica. Todas ellas.
Para dar fin a esta efímera entrada expongo una somera reflexión: ¿A lo mejor resulta que la moraleja venía referida al gato, y no a su dueño, y lo que se mostraba como moralizante era la lealtad del felino a su señor natural? La narración de Perrault concluye revelando que el gato recibió la baronía de Las grandes liebres, título, este sí, concedido por el rey.