martes, 10 de mayo de 2011

TARDE DE DIARIO

Lo que sigue es fruto del invento. Aunque se parezca asombrosamente a la realidad.

Dos menos cuarto de la tarde: Tras pedir preceptivo permiso a mi teniente coronel, siempre comprensivo con mis historias heráldicas, hoy me escapo un poco antes del trabajo. Hay tertulia y hemos quedado a las dos y media en el restaurante habitual. Seremos los fundadores: el marqués de Utrera, el barón de Sórvigo y yo mismo; y los fichajes más recientes: El conde del Real de la Mora, el señor de Sabiote y monseñor Habanos. Repaso lo que quiero contar a mis compañeros de tertulia. Desde La Latina decido recorrer caminando el trayecto que me separa del restaurante. Un cuarto de hora escaso bajo el agradable sol de Madrid.

Dos y veinte: Llego el primero. Los militares como siempre los más puntuales. El Finis Africae está abarrotado: hay que esperar media hora. Le explico al encargado, ya amigo después de años, que me reserve para seis y que no se preocupe, que media hora es lo que solemos tardar en llegar todos. Parece que se ha corrido la voz sobre lo bien que se come aquí y lo inmejorable de los licores que sirven tras el postre. Me pido una caña y me sirven un aperitivo a base de anchoas. Excelente. Aprovecho para leer el ABC.

Dos y media de la tarde: El siguiente en aparecer es el señor de Sabiote. Mi teoría se confirma: Los únicos puntuales que quedan en España son los militares. Segunda cerveza para acompañarle. Sabiote es hombre cabal; excelente dibujante, no en vano se gana un buen sobresueldo, que los militares siempre andamos escasos, dibujando escudos; y un animado y gran conversador de ingente cultura. Charlamos en tono aparentemente serio, que la ironía es el más fino humor y Sabiote hace prácticas con maestría, sobre las últimas novedades de los blogs heráldicos. Aparecen el conde del Real de la Mora y su buen humor.

Tres menos veinte: Real de la Mora nos entrega un cuadernillo fotocopiado, perfectamente encuadernado, titulado Los Rújula, del licenciado Pedro Luis Bengoechea, presbítero; el original de 1926. Sabiote le pregunta y nos aclara que puede considerarse una continuación de la conferencia del último día, la que nos dio Sórvigo, en tanto que los Rújula han estado vinculados desde hace tres siglos al empleo de rey de armas. Hay que reconocer que del Real de la Mora está en todo.

Tres menos diez: Aparece el clero, siempre con dignidad natural, acompañado de su inseparable cigarro electrónico. Tras él Utrera, con su elevado nivel académico, junto a una abultada carpeta en la que nos dice que trae el material para la conferencia de pasado mañana y algunas cosas para darnos. Como Sórvigo, que encima trabaja al lado del Finis Africae, tarde mucho más nos vamos a sentar ya entonados con tantas cañas.

Tres y diez de la tarde: Al fin nos acomodan en una larga mesa. Sórvigo se disculpa por su tardanza y nos recuerda, con un par de sus divertidos chascarrillos, que el buen humor sigue vigente entre nosotros. Monseñor bendice la comida y Utrera le pide que haga lo mismo con la bebida. Y encima el clero accede. Nos cuenta monseñor algún dato sobre la orden que porta, discretamente, en la solapa. Es propia del arzobispado castrense.

Cuatro menos veinte de la tarde: Sabiote nos muestra un boceto del dibujo que está preparando con las armas del padre de Utrera. No me extraña que cobre por sus dibujos y que le lluevan los encargos. Es excelente. Además, el toque personal que les infunde los hace más originales. Sórvigo nos va haciendo reír, como es costumbre, con sus continuas ocurrencias. Aprovecha para pedir a monseñor un par de datos sobre escudos de obispos peninsulares de hace siglos.

Cuatro de la tarde: Con el cambio a los platos de postre y al hilo de la conversación, Real de la Mora nos lee un párrafo de la última página del cuadernillo que nos ha traído a todos sobre los reyes de armas de la familia Rújula: “Sabido es que las coronas de los reyes de armas son un aro de plata sobredorada, realzado de cuatro cruces patés (aunque al representarlas sólo suelen mostrarse tres) y adornado de piedras azules.” Ojo dibujantes, se interrumpe de la Mora, ¡azules y no de otros colores! y continúa la lectura: “Dice, explicándolo, la tradición que las coronas han de ser de plata y no de oro, porque los heraldos no pueden amar las riquezas, y las piedras de azul, porque este es el color que debe constituir la única mira de aquellos: el cielo.” Asombro general. -¿Pero de qué año es esto, tú? –De 1926.

Cuatro y veinte: La conversación deriva hacia el innombrable. Realmente es como le conocen en la matritense. Recuerdo que así le nombró todo un académico de postín cuando le pregunté por un dato. Aunque para ser el innombrable la verdad es que se le nombra mucho. Utrera cuenta que en Cataluña han empezado a estudiar el caso para desenmascarar su título como fraudulento. Parece demostrado que se trata de un caso de homonimia entre un antepasado y un verdadero titulado que no era ascendiente directo, y que el expediente fue en consecuencia falseado para lograr la rehabilitación del título. A mí estos temas me producen dolor de cabeza. Postres y licores a juego.

Cinco menos diez: A por la segunda ronda general de licor de café. Las copas son de un tamaño tal que si metiéramos un pez podría vivir tranquilamente en una de ellas. Cada vez que una camarera no nos atiende monseñor enciende su cigarrillo electrónico y llena su alredor de humo. El método es infalible. La camarera aparece de inmediato pensando que se trata de un verdadero cigarro. Sórvigo nos detalla cómo, por casualidad, ha encontrado el último escudo episcopal. Sabiote nos cuenta un par de anécdotas de militares. Utrera, por su parte, nos adelanta brevemente el contenido de la próxima conferencia.

Casi cinco y media de la tarde: Sórvigo y el clero nos recuerdan la necesidad de ser moderados y desoyéndoles decidimos pasarnos a los combinados, aunque en el bar de al lado porque el Finis Africae cierra. Nos abandonan ambos, Sórvigo y monseñor Habanos, que son a fin de cuentas los más sensatos.

Seis y media: Llamadas a las respectivas consortes para explicar que la comida de hoy se alargará un poco. En la terraza del bar se nos oye más de lo aconsejable. Real de la Mora nos cuenta cómo va su investigación genealógica en la calle de la Pasa y las horas que pierde buscando entre legajos de hace siglos. En los tiempos que corren deberían estar informatizados ya todos los archivos. Nos explica algo sobre los mormones y los ficheros que están desarrollando que no acabo de entender muy bien. Utrera sugiere que nos moderemos y nos recuerda cómo acabó un día. La conversación deja de llevar un hilo para convertirse en una sucesión de ideas interesantes, aunque algo inconexas, que vamos aportando unos y otros.

Nueve menos diez de la noche: Nos despedimos superada hace ya rato la fase de exaltación de la amistad. Convenimos en realizar tertulias heráldicas por lo menos semanales, nada de quincenales. Con lo que me han contado hoy tengo para estar escribiendo un par de semanas, si es que consigo recordarlo mañana.