lunes, 26 de diciembre de 2011

JUSTICIA

A lo largo de más de cuatrocientos años, en los Estados sobre los que ejercía su soberanía el rey de España no se ponía el sol. El imperio español alcanzó una extensión que jamás será igualada por potencia alguna.
Para alcanzar el gobierno efectivo de tan vasto territorio, los reyes de España optaron por crear la figura del virrey. Un todopoderoso señor, puesto que actuaba en nombre del monarca, cuyo mandato alcanzaba, de media, la considerable cifra de diez años.
Estos, dotados de todos los poderes virreyes, no obstante, se sujetaban imperativamente al concluir su mandato al que se denominó juicio de residencia. Verdadero acto judicial en el que se sometían a prueba y testimonio los incrementos patrimoniales habidos durante los años de ejercicio del virreinato con el ánimo de alcanzar a dilucidar la moralidad de los enriquecimientos de los virreyes.
No pocos sufrieron, a consecuencia de los concluyentes juicios de residencia, destierro y prisión.
Nuestro rey don Juan Carlos, en el discurso de nochebuena nos recordó a todos los españoles de orden que la justicia, como en tiempos de los virreyes, debe servir para atajar los abusos de aquellos que han ocupado un puesto público.
Sus palabras fueron estas: me preocupa también enormemente la desconfianza que parece estar extendiéndose en algunos sectores de la opinión pública respecto a la credibilidad y prestigio de algunas de nuestras instituciones. Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos. Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar.
Concluyendo su especial mención con la apelación a la justicia que debe imperar en una sociedad democrática: Cuando se producen conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad o a la ética, es natural que la sociedad reaccione. Afortunadamente vivimos en un Estado de Derecho, y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La justicia es igual para todos.

Efectivamente, improbable lector, al repasar el discurso del soberano habrá acudido a su intelecto, sin duda, la figura del duque consorte de Palma de Mallorca, don Iñaki Urdangarín. Y probablemente con tal intención se incluyeron tales frases en la prédica del rey.
Pero, puesto que los feroces medios de comunicación considerarán abierta la veda contra el duque, deberían quizá plantearse que las palabras de don Juan Carlos, más que alusivas a la actuación de su yerno, que también, deberían interpretarse como un estímulo para juzgar, en juicio de residencia similar al de nuestros antiguos virreyes, el patrimonio y las consecuencias de su actuación de todos aquellos, todos, los que han ocupado un puesto de gran responsabilidad política.
España mantuvo un imperio durante cuatrocientos años, de una extensión irrepetible, a través de la figura de unos todopoderosos virreyes. Virreyes que, al concluir su ejercicio, se sometían a juicio para determinar el acierto de su gobierno. Puesto que el rey, obligado por la presión sobre los asuntos de su yerno, exige sin ambages que se depuren responsabilidades entre los que han ocupado cargos públicos, habrá que tomar ejemplo y obligar a todos aquellos que abandonen sus puestos de responsabilidad en el gobierno de la nación, o en cualquier otra administración, a dar cumplida cuenta ante la justicia de su gobierno, o de la falta de él.