martes, 27 de marzo de 2012

BRILLANTE APORTACIÓN ACADÉMICA

UNA MALAGUEÑA PRINCESA DE KAPURTHALA

Por don José Luis Sampedro Escolar


Este año de 2012 se cumple medio siglo del fallecimiento de S.A. la Rani Prem Kaur Sahiba, una malagueña a la que el destino hizo Princesa de Kapurthala mediante su matrimonio con el VII maharajá de ese pintoresco estado del Punjab, Farzand i-Dilband Rasikhul-Itiqad Daulat-i-Inglishia Raja-i-Rajgan Maharaja Sir Jagatjit Singh, nacido el 24 de noviembre de 1872, fallecido el 19 de junio de 1949 y que tuvo un largo reinado desde 1877 hasta su fallecimiento.
La fuente más fiable para conocer la auténtica biografía de Anita Delgado la encontramos en los libros que le dedica Elisa Vázquez, a la que seguimos con más confianza que a otros autores que novelan en demasía la trayectoria, de suyo excepcional, de esta mujer.

Ana Delgado Briones vio la luz primera en Málaga el 8 de febrero de 1890, donde sus padres, Ángel Delgado de los Cobos y Candelaria Briones, se ganaban la vida con El café de la Castaña. Por recomendación del poeta Arturo Reyes, entre 1900 y 1905 tomó clases de declamación (necesarias, entre otras cosas, porque padecía una leve tartamudez) con José Ruiz Borrego, pero tuvo que suspenderlas debido a la situación económica de la familia, que aconsejó que emigrara a Madrid, donde Anita, junto a su hermana, formaría dúo artístico bajo el nombre de Las camelias, en el café cantante Central-Kursaal, que contaba con clientes de la intelectualidad bohemia como Valle Inclán, el dibujante Leandro Oroz, Julio Romero de Torres o Ricardo Baroja.
Por aquellas fechas (1905), Alfonso XIII, en gira por Europa para buscar novia, viajó a Londres, donde su amigo Nando Peñaranda, hermano del XVII duque de Alba, le presentó a un exótico jugador de polo, quien aún era conocido como S.A. el rajá de Kapurthala (el título superior de maharaja sólo se lo concedieron los británicos en 1911). Tanto congeniaron nuestro monarca y el rajá que éste fue invitado al año siguiente a asistir en Madrid a la boda del Rey con la Princesa Ena de Battenberg.
Como turista amante de los placeres de la vida, el Príncipe indio, de 34 años de edad, acudió al Central-Kursaal, donde no pudo evitar sentirse atraído por el encanto de los dieciséis años recién cumplidos de Anita Delgado, pero la joven rechazó las ofertas de sostener efímeros encuentros con él y, ante su resistencia, Jagatjit Singh instaló a toda la familia Delgado en París para educar a la protagonista de esta singular aventura, haciéndola su esposa por matrimonio civil contraído en la capital del Sena.
En 1962, al recordar la folletinesca trama de su matrimonio, alguna nota de prensa señaló que el matrimonio de París se había celebrado por el ritual católico, pero ello no es cierto. La ceremonia religiosa de rito sij, en 1908, en Kapurthala, revistió la pompa de las fastuosas cortes indias del momento, pero la vida de Ana en la India, pasados los momentos iniciales del capricho principesco, estuvo muy lejos de ser un cuento de las Mil y Una Noches. Entre los obstáculos que se interponían en el camino de la felicidad de la española destacaba el hecho de que siendo cristiana hubiese contraído matrimonio al margen de la Iglesia con un infiel, lo que las damas extranjeras de la puritana colonia británica en la India eduardina criticaban abiertamente. No olvidemos que la Reina Victoria Eugenia, en esas fechas, fue terriblemente censurada por la sociedad anglicana por haber abrazado el catolicismo para casarse con el soberano español.
Aunque Anita tuvo un hijo, Maharajkumar Ajit Singh, la pareja se separó, y ella repartió su vida entre París y Madrid, con frecuentes viajes a otros diversos puntos. Las dos contiendas mundiales le provocaron numerosos problemas pues, aunque su patria de origen fuera España, que se mantuvo neutral, su documentación de identidad internacional era del Imperio británico.

Cuando, en octubre de 1928, el maharajá visitó España,
fue agasajado espléndidamente por su antiguo amigo el Rey Alfonso, que le condecoró con la Gran Cruz de la Orden de Carlos III, mientras que a su hijo le otorgó la de la recientemente creada Orden del Mérito Civil, cuyas insignias lucen en la fotografía para la que posaron con el marqués de Viana y otros personajes de la Corte con ocasión del banquete celebrado en su honor en el regio alcázar madrileño, pero la raní no estaba con ellos.
Poco después de finalizar la II Guerra Mundial, en 1949, falleció el Maharaja, y, aunque separada de él desde hacía años, Anita fue recibida como su viuda en el Palacio de El Pardo por el Caudillo, que quiso expresarle personalmente su pésame.

El resto de su vida transcurrió con suma discreción, salvo algunas controversias referentes a la publicación de unos textos en la prensa que pasaban por sus memorias. Sus días finalizaron en Madrid, el 7 de julio de 1962, y su hijo único la sobreviviría hasta 1982, cuando murió en Nueva Delhi, a los setenta y cinco años de edad.
Durante el invierno de 2007, el recuerdo de los fastos de Kapurthala se reavivó con la subasta en la sala Christie´s, de Londres, de algunas de sus extraordinarias joyas, valoradas en más de 200.000 euros.

A los efectos de los estudios que interesan en este foro, reproducimos la bandera y el escudo de armas del principado de Kapurthala, basado en la heráldica occidental, particularmente en la inglesa, como se puede comprobar con una mirada al mismo.

Por otra parte, en cuanto a la falerísitica, parece curioso reseñar que, además de la Gran Cruz de Carlos III, mencionada antes, el Maharajá de Kapurthala sumó un gran número de condecoraciones de todo el orbe, cuya relación haría palidecer de envidia a varios colaboradores asiduos de este blog: medalla de oro de Jubileo de Diamante de la Reina Victoria (1897), medallas del Durbar de Delhi de 1903 y del de 1911, grandes cruces de la Orden de la Estrella de la India, de la Corona de Prusia (ambas en 1911), y de la Orden Imperial de la India (1921); en 1924 recibió las de la Orden italiana de los Santos Mauricio y Lázaro, la Orden Alauita de Marruecos, la orden del Nilo, de Egipto, y las insignias de Gran Ofical de la Legión de Honor de Francia; al año siguiente sumó las Grandes Cruces de la Orden del Mérito, de Chile, de la del Sol, de Perú, de la Orden de Honor y Mérito de Cuba; la de la Orden del Imperio Británico llegó en 1927, seguida de la de Menelik II, de Etiopía, y la de San Sava, de Yugoslavia, en 1928, las de la orden de Gloria de Túnez, y de la orden real de Camboya 1929, de la Orden de la Corona de Irán (1930), de la orden del León Blanco de Checoslovaquia (1934), más, en 1935, la medalla del Jubileo de Jorge V y las Grandes Cruces de la orden de la Estrella, de Rumanía, de la de Santa Ágata, de San Marino, y de San Silvestre, de la Santa Sede, finalizando con la medalla de la coronación de Jorge VI (1937) y la de la Independencia de la India (1947). No es extraño que el príncipe juntase tan excepcional colección de insignias. Jarmani Dass, en su libro Maharajá, publicado en Nueva Delhi en 1969, reproduce un a modo de curriculum en el que el propio interesado enumeró sin pudor los méritos que alegaba para que le fuera concedida la Gran Cruz de la Orden de Victoria, cuando ya ostentaba, según afirma en ese documento, las Grandes Cruces de las Órdenes de la Estrella de la India, del Imperio Indio y del Imperio Británico.
Además, en 1897 fundó dos distinciones la Nishan-i-Shahi, que puede traducirse por La Condecoración Real, con el único grado de collar, reservada a los miembros de la Dinastía y a sus más próximos, y la Nishan-i-Iftikhar, condecoración para recompensar tanto méritos militares como civiles, con los rangos de Gran Comendador, Comendador y Caballero. El sistema premial de Kapurthala incluía también una medalla por conducta distinguida (de oro, para los XXV años de servicio, y de plata para los XV) y la medalla del Jubileo, creada en 1937 para festejar sus bodas de Diamante con el Trono, con una única clase, de plata. Todas estas condecoraciones quedaron suprimidas en 1950.
Al redactarse esta nota de recuerdo a Anita Delgado en el cincuentenario de su fallecimiento da la casualidad de que se ha vendido en pública subasta, en la sala Ansorena, de Madrid, un interesantísimo óleo original de Juan Comba García, el excepcional cronista gráfico de los reinados de Alfonso XII y Alfonso XIII.

La pintura que mencionamos, fechada en 1923, es la versión reelaborada de una previa publicada en La Ilustración Española de fecha 15 de junio de 1906, que representa la recepción ofrecida en el Palacio Real de Madrid a los Príncipes extranjeros, el 2 de junio del citado año de 1906, cuando las víctimas producidas en la calle Mayor por el anarquista catalán Mateo Morral ya habían recibido sepultura.
Reproducimos igualmente el apunte a lápiz –también de 1906- en el que el artista fijó la imagen del exótico monarca,
para incorporarlo a su obra posteriormente.
En la versión definitiva encargada por Alfonso XIII, años después (y recientemente subastada), se identifica perfectamente a buen número de asistentes, empezando por los protagonistas indiscutibles del acontecimiento, Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia, seguidos en cortejo por la Reina María Cristina y el Príncipe de Gales (luego Jorge V), la Princesa de Gales y el Archiduque Francisco Fernando de Austria, la Princesa Beatriz de Battenberg con el Príncipe Adalberto de Prusia, y el Príncipe Eugenio de Suecia, seguido del Gran Duque Wladímir de Rusia. Rodeándolos reconocemos a varios palatinos como el marqués de la Mina, el duque de Sototmayor, el conde de Aybar, el marqués de la Torrecilla, el duque de Bailén, el marqués de Viana, don Emilio Torres (secretario del Rey), el duque de Alba y el conde del Grove.
Este cuadro estuvo expuesto durante muchos años en las habitaciones privadas en Palacio, pero, al ser propiedad particular de la Familia Real, se vendió alcanzando una cotización de 15.000 euros. Afortunadamente, el Estado ha ejercido el derecho de tanteo y este cuadro podrá volver así a su sede natural, es decir, el Palacio de Oriente. En el Palacio Real de Aranjuez se guarda una copia de este cuadro, de los años ochenta, del siglo XX, de muy inferior calidad artística.